Crítica de ‘Al otro lado del río y entre los árboles’ (****): Venecia y Hemingway, confluencia de crepúsculos

«La mirada en blanco y negro, el gusto en la sinfonía visual de Paula Ortiz y la precisión de texturas y estados de ánimo en la fotografía consiguen para esta película un bordado de pantalla magnífico, insuperable»

Liev Schreiber, trasunto de Hemingway en ‘Al otro lado del río y entre los árboles’, dirigida por Paula Ortiz

Adaptación perfecta, hermosa, tristísima y algo amotinada de la novela de Ernest Hemingway, una de las últimas y de las más escurridizas en el sólido empedrado de su estilo. Esa historia de crepúsculo y pesada carga de un militar, veterano de las dos guerras, la Gran Guerra y la grandísima guerra posterior, el coronel Richard Cantwell, la coge con las dos manos la directora Paula Ortiz (que ya agarró a Lorca en ‘La novia’) y modela un vistoso lienzo del poniente de un hombre, de su necesidad de autodestrucción, del paladeo del instante, de la última belleza o de unos rescoldos de romanticismo en una Venecia solitaria, amarga y final.

La mirada en blanco y negro, el gusto en la sinfonía visual de Paula Ortiz y la precisión de texturas y estados de ánimo en la fotografía de Javier Aguirresarobe consiguen para esta película un bordado de pantalla magnífico, insuperable. Por casualidades del rodaje (durante la pandemia), por elecciones de composición y punto de vista, por intenciones poéticas, sentimentales, de decadencia o barniz, el relato ondea como una boya en una Venecia nunca mejor vista, casi podría decirse que en una Venecia arrancada del interior de Hemingway y sus fantasmas del Gritti.

Se aprecia la comprensión absoluta del material que manejan entre Paula Ortiz y su protagonista, Liev Schreiber, y la cantidad de Hemingway que vuelcan sobre el personaje central, el coronel Cantwell, en el fondo, un peinado interior del alma del escritor. Schreiber se parece a Hemingway, piensa como él e incluso lleva a su personaje hasta esos lugares trágicos a los que se llevó a sí mismo Hemingway. Y es tarea de la directora el refinarle las aristas más gruesas y algo de testosterona a su historia, inclinándolo suave pero graciosamente hacia el lado de Renata, la condesa, esa muchacha que ve amanecer donde hay ocaso y que interpreta con enorme gancho en plano corto y largo Matilda De Angelis.

Casi sería una película entera y profunda la noche de ambos por las glorias venecianas, con momentos que emparejan la imagen, el sentimiento, los rincones y la belleza a algunos de aquellos paseos nocturnos de Jep Gambardella en la película de Sorrentino. Ellos dos, Cantwell y Renata, son la cadenita del hipnotizador, la figura entre la bruma y la humedad de la Laguna, pero aún queda sitio para ese actor de enganche que es Josh Hutcherson y su personaje que alisa los pliegues y arrugas del coronel. Sin duda, ‘Al otro lado del río…’ tiene otras lecturas, sobre la guerra, la vejez, la culpa, el amor, la muerte…, pero leerla tal cual viene en la pantalla, al pie de la letra, es ya todo un asombro.

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