En “Hacer el mal”, un estudio psicológico sobre la crueldad humana, la investigadora alemana Julia Shaw explica “la ciencia detrás de nuestro lado más oscuro”.
“Si pudiéramos regresar en el tiempo, ¿mataríamos al bebé Hitler?”, se pregunta la doctora en psicología y divulgadora científica alemana Julia Shaw en su nuevo libro, Hacer el mal. La pregunta es fuerte, pero tiene un cometido relacionado a su última investigación sobre “la neurociencia del mal” que busca explicar “la ciencia detrás de nuestro lado más oscuro”.
Para Shaw, autora de libros como La ilusión de la memoria, “todos hacemos cosas malas”. Pero, ¿nos convierte eso en seres malvados? ¿Qué nos diferencia de los grandes criminales de la historia?
En Hacer el mal, editado por Temas de Hoy, la autora explica el “detrás de escena” y el funcionamiento de los pensamientos y las acciones más malvadas para demostrar que “los mismos mecanismos que hacen posibles los crímenes más atroces también pueden funcionar a nuestro favor, ya que forman parte de nuestra naturaleza”.
A partir de una combinación de neurociencia, cultura popular y claros ejemplos de la vida real -como el de Hitler, que inaugura la investigación y del que puede leerse un fragmento al final de esta nota-, la doctora Julia Shaw plantea y responde interrogantes como ¿cuánto se parece nuestro cerebro al de un psicópata?, ¿cuántas personas fantasean con cometer un asesinato?, ¿nuestras inclinaciones sexuales nos hacen malas personas? o ¿quién se convierte en terrorista?
Así empieza “Hacer el mal”
Nuestro sádico interno: la neurociencia del mal
Sobre el cerebro, la agresión y la psicopatía de Hitler
Cuando la gente habla del mal, tiende a dirigir su atención hacia Hitler. Tal vez esto no sea sorprendente, pues Hitler perpetró muchos de los actos que asociamos con el mal: asesinato masivo, destrucción, guerra, tortura, discursos de odio, propaganda y ciencia sin ética. El mundo y la historia quedarán por siempre manchados con su recuerdo.
Un guiño a la omnipresencia de nuestra conexión automática entre la maldad general y Hitler se refleja en las interacciones humanas cotidianas. En discusiones en las que se desdeña o se desprecia algo, la gente que dice o escribe cosas sobre las que otros no están de acuerdo es con frecuencia catalogada de «nazi» o «parecida a Hitler». La ley de Godwin dice que todos los comentarios de una discusión lineal llevarán inevitablemente a una comparación con Hitler. Estas comparaciones ligeras y al paso trivializan las atrocidades cometidas, escalan la discusión hasta un punto en el que no hay marcha atrás y con frecuencia finalizan la conversación. Pero me desvío.
Debido al tipo y a la intensidad de la devastación de la que Hitler fue responsable tanto directa como indirectamente, se han escrito innumerables libros en torno a sus motivaciones, su personalidad y sus acciones. Durante mucho tiempo la gente ha querido saber por qué y cómo se convirtió en el hombre que conocemos por las páginas oscuras de los libros de historia. En este capítulo, en vez de diseccionar las particularidades de sus acciones, quiero que enfoquemos nuestra atención en una sola pregunta: si pudiéramos regresar en el tiempo, ¿mataríamos al bebé Hitler?
La respuesta a esta pregunta me dice mucho de ustedes. Si su respuesta ha sido «sí», entonces es probable que crean que nacemos con la predisposición a hacer cosas terribles. Que el mal se encuentra en nuestro ADN. Si su respuesta ha sido «no», entonces es probable que tengan una visión menos determinista del comportamiento humano y quizá crean que el ambiente y la educación cumplen un papel crítico en ese desarrollo en el que terminamos siendo adultos. O quizá han dicho que «no» porque no está bien visto matar bebés.
En cualquier caso, considero que la respuesta es fascinante. También pienso que es casi seguro que está basada en evidencias incompletas. Porque: ¿tienen la certeza de que los bebés terribles se transforman en adultos terribles? Y ¿son en verdad sus cerebros tan distintos del de Hitler? Bueno, vamos a descubrirlo.
Hagamos un experimento mental. Si Hitler estuviera vivo hoy y lo metiéramos en un escáner de imágenes neurológicas, ¿qué encontraríamos? ¿Habría estructuras dañadas, secciones activas en extremo, ventrículos con la forma de la esvástica?
Pero antes de que podamos reconstruir su cerebro necesitamos considerar primero si Hitler estaba loco, era malo o ambas cosas. Uno de los primeros perfiles psicológicos de Hitler fue escrito durante la Segunda Guerra Mundial. Está considerado uno de los primeros perfiles de delincuentes de todos los tiempos y fue elaborado por el psicoanalista Walter Langer en 1944 para la Oficina de Servicios Estratégicos, una agencia de inteligencia de Estados Unidos y una versión temprana de lo que luego sería la CIA.
El informe describía a Hitler como un «neurótico» que «rayaba en la esquizofrenia», y predijo correctamente que era una persona que luchaba por alcanzar la inmortalidad ideológica y que se suicidaría si se enfrentaba a la derrota. Sin embargo, el mismo informe también hizo un número de aseveraciones pseudocientíficas que no son verificables, entre las que se encontraban que le gustaba el masoquismo en el sexo (que lo hirieran o lo humillaran) y que tenía «tendencias coprófagas» (le gustaba comer heces).
Otro intento de perfil psicológico fue publicado en 1998, esta vez por parte del psiquiatra Fritz Redlich, quien llevó a cabo lo que él llama una patografía: un estudio de la vida y personalidad de una persona de acuerdo con la influencia de la enfermedad. Cuando estudió la historia médica de Hitler, refirió que presentaba muchos síntomas psiquiátricos entre los que se encontraban la paranoia, narcisismo, ansiedad, depresión e hipocondría. Sin embargo, y a pesar de encontrar evidencias de muchos síntomas psiquiátricos «que podrían llenar un libro entero de psiquiatría», advierte que «la mayor parte de su personalidad funcionaba de manera más que adecuada» y que Hitler «sabía lo que estaba haciendo y escogió hacerlo con orgullo y entusiasmo».
¿Habrían querido asesinar al bebé Hitler? ¿O le habrían dado una mayor importancia a su crianza y educación? Redlich argumenta que existían muy pocas cosas en su infancia que sugirieran que se convertiría en un notorio político genocida. Anota que, médicamente hablando, Hitler fue un niño bastante común, tímido en lo sexual y que no le gustaba torturar animales ni humanos.
Redlich es contrario a la idea de que el pequeño Hitler haya tenido una crianza particularmente problemática y critica a los historiadores psicológicos que dicen que sí la tuvo. Parece que no podemos asumir que esta fuera la causa de su comportamiento posterior; y la insatisfactoria respuesta a si Hitler estaba loco parece ser «no». Resulta pues que este es con frecuencia el caso. El que alguien haya cometido crímenes atroces no quiere decir que sea un enfermo mental. Asumir que todas las personas que cometen estos crímenes son enfermas mentales elimina la responsabilidad personal de los perpetradores de esos actos y estigmatiza las enfermedades mentales de una manera muy grave. Entonces: ¿cómo son capaces de tales horrores las personas como Hitler?