El tembladeral económico que atraviesa Argentina da lugar al retorno de recetas cuya vigencia pareciera haberse extinguido hace décadas. Ante el creciente descontento tras una década de virtual estancamiento, la iniciativa dolarizadora resurge en boca de candidatos rupturistas, pero halla resistencia entre los especialistas que advierten sobre los riesgos de abandonar la moneda nacional.
Ante una región que empieza a mirar con buenos ojos alternativas a la divisa estadounidense para el comercio internacional, el país austral debate la conveniencia de adoptar a la moneda norteamericana como oficial. De la mano de Javier Milei, el precandidato presidencial de la fuerza La Libertad Avanza que crece en intención de voto, la dolarización de la economía vuelve al centro de la agenda.
El cuadro de situación es ineludible. Con una inflación del 104% interanual y una extrema carencia de divisas que alimenta las presiones devaluatorias —reflejadas en el brusco aumento del dólar blue (ilegal), que escaló un 10% en una semana y ya duplica en su valor al oficial—, los cuestionamientos escalan hasta la base misma de la política económica.
Ante la creciente fuerza que tomó la iniciativa, la propia vicepresidenta Cristina Fernández destinó su último discurso público a desestimarla. «Muertos, violencia, represión: esa es la historia de la convertibilidad en la Argentina, y es la historia de la dolarización», sostuvo en referencia a la política cambiaria instrumentada durante la década de 1990, que establecía una paridad de «uno a uno» entre el peso argentino y el dólar, y que voló por los aires durante la brutal crisis del 2001-2002.
«Dolarizar la economía es un camino rápido para resolver la inflación. Si se agravan los problemas y nadie logra hallar una solución, el pedido es que terminemos con esto de una vez», advierte a Sputnik Iván Carrino, economista y consultor.
Según el defensor de la medida, la propuesta consistiría en aceptar un fenómeno que ya sucede: «Los argentinos calculan, ahorran y hasta compran departamentos en dólares. ¿Por qué no simplificarnos la vida y adoptarla como moneda oficial?», se pregunta.
Partiendo del mismo diagnóstico en torno al problema inflacionario, Guido Zack, director de Economía del Centro de Investigación Fundar, resalta el perjuicio que supondría avanzar con la iniciativa. «En este contexto no es posible dolarizar la economía. Aún si lo fuera, no sería deseable porque supondría un ajuste tremendo y la renuncia a una herramienta indispensable para una política de desarrollo, que es la política monetaria», señala.
En términos concretos, la dolarización implicaría una devaluación previa de, al menos, el 50%: mientras el dólar oficial se ubica en 228,50 pesos, el paralelo ilegal —considerado el «precio de mercado»— lo duplica, cotizando a 467 pesos.
Así lo explica Carrino: «Primero habría que asumir el valor real. Obviamente, esto implica un salto de la inflación: los precios pegan un salto, pero la economía rápidamente la bajaría a niveles menores».
La discusión que subyace a los argumentos de las distintas posiciones orbita en torno al grado de la devaluación que supondría una dolarización. Este factor es el que determinaría las consecuencias reflejadas en el bolsillo de la población, ante un súbito aumento de precios.
Bajo la perspectiva de Carrino, «una devaluación tomaría al dólar a un precio cercano al blue, de $500, porque ese es el valor de mercado: el que cobra 250.000 pesos pasa a ganar 500 dólares. De hecho, si el Gobierno tiene mayor confianza, el precio será incluso menor que el del paralelo».
La posición no es unánime. Ante la acuciante crisis por falta de divisas en el Banco Central, Zack considera que el exceso de pesos en la economía es tal que avanzar con la iniciativa supondría admitir un valor mucho mayor que el del dólar paralelo: «No hay precio alcance para reemplazar a todos los pesos disponibles por dólares: la propuesta es inviable»
Para dar cuenta de la magnitud de las dificultades que supondría implementar la medida sugerida, el especialista trae a colación la política de paridad cambiaria del «uno a uno» implementada en la década de 1990, citada por Cristina Fernández más arriba: «Si tan costoso fue salir de la convertibilidad, imaginense lo que sería entrar y salir de la dolarización. La recomendación obvia es no ingresar en este laberinto».
Ante un panorama signado por la incertidumbre que se palpa en la aceleración del aumento de precios, la estabilización económica aparece como una prioridad antes de encarar cambios de mayor profundidad. Según Carrino, «dolarizar solamente despeja el riesgo de inflación, pero nada más. Lo que hay que resolver en el fondo es la competitividad de la economía para poder crecer».
Este argumento es precisamente el defendido por quienes se oponen a la medida como destino ineludible: «Las condiciones para dolarizar la economía son las mismas que para estabilizar con moneda propia. La experiencia muestra que es mucho más conveniente mantener la moneda. Argentina tiene que seguir el ejemplo de los países que no se dolarizaron», responde Zack.