Con motivos culturales, carteles, graffitis y hasta dulces con motivos nacionalistas se ven por toda la ciudad de Leópolis.
En la imprenta Reklama Zov-nishnia, en medio de un fuerte olor a tinta, un cartel de papel satinado que todavía se está secando muestra un tractor ucranio arrastrando un tanque ruso detenido. En la pantalla de un ordenador se ve una caricatura del esqueleto de un invasor ruso abatido sobre el que crece un girasol, emblema de Ucrania.
Desde que empezó la invasión rusa, el 24 de febrero, la imprenta produce pósters, pancartas y hasta adhesivos con tintes patrióticos.
Para Volodimir Kotovich, su director, de 26 años, “no es propaganda. Son eslóganes patrióticos que motivan a nuestro pueblo y nuestros soldados”.
Desde el inicio del conflicto, su empresa dedica 80 por ciento de su tiempo a imprimir carteles de ese tipo. Su actividad habitual se redujo.
Los habitantes de Leópolis admiten que Kiev es el centro neurálgico del país, pero en su localidad, donde vivían más de 700 mil personas antes de la guerra, dicen, se encuentra el alma de la nación ucrania.
“Propaganda o no, los rusos han venido a nuestras tierras y debemos defendernos”, considera una vendedora, Mijailyna Yarmola, de 21 años.Según ella, el artículo más popular son unos caramelos con mensajes contra los navíos de guerra rusos.
“La gente los compra para regalarlos o para llevárselos como recuerdos si van a refugiarse al extranjero”, comenta.
Hace unas semanas, la ciudad, muy turística, aún hacía gala de su vertiente cultural, con paredes llenas de carteles de conciertos y exposiciones, con su centro, adoquinado, animado por músicos callejeros.
La invasión cambió las tornas y Leópolis rebosa ahora de llamados a tomar las armas. En un panel se ve al presidente ruso, Vladimir Putin, con la cara pisada por una bota con el escudo de Ucrania. En otro, un oso ruso es devorado por un tejón que lleva un brazalete amarillo como el de los soldados ucranios.
Algunos piden donaciones para sufragar los costes del conflicto.
En la fachada de la ópera ondean tres pancartas que representan sendos héroes de la guerra. La primera honra al Fantasma de Kiev, personaje que habría derribado varios aviones rusos el primer día de la invasión. Otra ensalza a tres guardias fronterizos muertos en su puesto, mientras la última representa a un ingeniero que se sacrificó para contrarrestar el avance de los blindados rusos.
Aunque las hazañas e incluso la existencia de esos hombres se ha puesto en entredicho, todas cuentan la historia de una Ucrania en pos de la victoria.
Los mensajes de apoyo a las fuerzas armadas se ven en cada rincón de la ciudad. En un póster pegado en un arco del centro de la ciudad se ve una águila imperial rusa tachada con una cruz azul y amarilla (los colores de la bandera de Ucrania).
Un puente ha sido decorado con la imagen de un coctel molotov, símbolo de la resistencia. En una muestra de la popularidad de este nuevo arte, las tiendas de recuerdos han empezado a vender toda suerte de baratijas a la gloria del país.
En Kram se pueden comprar bolsas de algodón con la efigie del presidente Volodymir Zelensky con el puño levantado. También hay barritas de chocolate con el retrato de Tarás Shevchenko, gran figura de la literatura ucrania del siglo XIX.