Cuando se menciona la palabra “polen», un porcentaje cada vez más amplio de la población se desasosiega, pensando en los síntomas que les provoca en determinadas épocas del año. ¿Pero sólo sirve para fastidiarnos la existencia?
La historia de la palinología está vinculada, obviamente, a la historia de la microscopía. El primero que observó polen por un microscopio fue el botánico inglés Nehemiah Grew en la década de 1640. Después de describir el polen –que se define como el gametofito masculino de las plantas superiores- y el estambre, Grew llegó a la conclusión de que era necesario para la reproducción de las plantas con flores.
A medida que mejoraba la calidad de las lentes de los microscopios, el estudio de los pólenes, tanto ‘vivos’ como fósiles, avanzaba. Así, en el siglo XIX la palinología ayudaba a la localización de las cuencas de carbón. Pero el análisis cuantitativo del polen comenzó en los países nórdicos con la publicación en 1916 del trabajo del naturalista y geólogo sueco Lennart von Post, considerado el padre de la palinología. Pero todavía era una ciencia sin nombre. Este fue propuesto en 1944 por dos investigadores galeses, Harold Hyde y David Williams.
A partir de la segunda mitad del siglo XX los estudios polínicos volvieron a tener un auge importante para la exploración de yacimientos de combustibles fósiles. En la actualidad la palinología se encuentra implementada en muchas ramas de la ciencia, y sobre todo se utiliza en numerosos estudios sobre el impacto que tiene el ser humano en los ecosistemas.
Coleccionistas de granos
Para que los estudios de polen nos puedan ayudar a resolver cuestiones de diversa índole, lo principal es que el aerobiólogo sepa reconocer con qué tipos de granos de polen está tratando. Su cubierta externa posee dos cualidades extraordinariamente útiles a la hora de analizarlo. La primera es una resistencia inusual, prácticamente única en la naturaleza, debido a que su principal componente, la esporopolenina, es uno de las sustancias biológicas más inertes químicamente que existen. Es resistente a casi cualquier factor de degradación, excepto al ataque bacteriano y a un ambiente fuertemente oxidante. Esto ha hecho que hasta 2019 no se supiera con exactitud su composición química. Por otro lado, cada especie vegetal confiere a su gametofito masculino unas características morfológicas únicas a través de elementos tales como la forma del grano, tamaño, aperturas y ornamentación.
Una vez que se tienen identificados los pólenes de diferentes plantas, el trabajo está ya medio hecho. En el caso de la alergología, se usan captadores artificiales para recoger el polen que se encuentra flotando en el aire y así conocer de manera detallada qué tipos polínicos y en qué concentraciones se hallan en la atmósfera durante las distintas épocas del año. Por otro lado, en agronomía los estudios polínicos proporcionan información acerca de los tipos, cantidad y viabilidad de esporas de hongos perjudiciales para cultivos concretos, como por ejemplo los mildius, oídios y otras plagas que afectan a los viñedos. Además también se estudia la viabilidad de los propios granos de polen, es decir, conocer cuáles son los porcentajes de germinación polínica de especies de interés agrícola.
A la caza del asesino
También la policía científica acude al análisis del polen para resolver ciertos crímenes o determinar la procedencia de un alijo de droga. La palinología forense aparece en la década de 1950 en Estados Unidos. Uno de los primeros casos documentados fue de un crimen sucedido en Austria en 1959. Un hombre desapareció mientras daba un paseo por las orillas del Danubio, cerca de Viena.
La policía tenía claro quién era el asesino, pero sin cuerpo ni confesión el caso parecía perdido. Sólo había una prueba: una muestra de barro en los zapatos del sospechoso. La policía se la envió a un palinólogo de la Universidad de Viena que, después de analizar la muestra, les dijo que contenía polen de picea, sauce y aliso actuales además de polen fósil de nogal americano, concretamente perteneciente al género Carya, procedente de la erosión de rocas de hacía 20 millones de años. Y como sucede en las novelas de policías, solo había una pequeña zona al norte de Viena que podía tener tal contenido de polen. Con esta información en la mano, la policía volvió a interrogar al sospechoso, que terminó confesando y llevando a la policía al lugar donde había enterrado a su víctima: justo en el área donde había señalado el palinólogo.