“El universo de palabras que despliega Cervantes en la novela se ha ido perdiendo en España, mientras ha sobrevivido en el español americano, porque responde a las diferencias sociales de sus personajes”. En un escrito publicado en el periódico El País este lunes, Jordi Soler hace un relato interesante: “Carlos Fuentes decía que Cervantes y Colón eran gemelos espirituales. Ambos murieron sin darse cuenta cabal de su descubrimiento. Colón creyó que había llegado al lejano Oriente navegando hacia el Occidente. Cervantes pensó que había escrito una sátira de la novela de caballería. Ninguno de los dos imagino que habían desembarcado en los nuevos continentes del espacio –América– y de la ficción –la novela moderna”.
Vaya que tiene razón Jordi Soler: Emanuel Levinas, el discípulo de Heidegger, compañero de andanzas de Jacques Derrida, en un trabajo que denominó Don Quijote, el embrujo y el hambre dice: “La técnica como destructora de los dioses del mundo, de los dioses-cosas, tienen un efecto de embrujo. Pues la técnica no nos pone a salvo de toda mistificación. Queda la obsesión de la ideología, por la que los hombres se engañan y son engañados. Ni siquiera el conocimiento sobrio, apartado por las ciencias humanas, está excepto de ideología. Pues, sobre toda la técnica que protege de la anfibología que yace en cualquier aparición; es decir, la apariencia posible que se enrosca en toda aparición del ser. De ahí el persistente tema del hombre moderno a dejarse embrujar”. Ciertamente, si hay un país de los hechizos, embrujos y del hambre es México. Máxime en el momento actual. Esto lo expresa admirablemente Cervantes, cuyo Don Quijote tiene en su primera parte, como tema central el embrujo, el embrujo de la apariencia que está latente en toda aparición.
Cuando el caballero de la triste figura se deja embrujar, pierde el entendimiento y asegura a todos que el mundo y ellos mismos sufren un encantamiento. “Ágora acabaréis de conocer, Sancho, hijo, ser verdad lo que yo muchas veces te he dicho, de que todas las cosas desde este castillo son hechas por vía de encantamiento”. En la aventura Sancho es el único que conserva cierta lucidez y parece más fuerte que su señor.
¿Cómo salir del error donde esta encerrado Don Quijote, en la certidumbre del encantamiento? ¿Cómo hallar una excentricidad no especial? Sólo en el movimiento que va hacia el otro hombre y es responsabilidad sólo en nivel humilde, en la humildad del hambre, es donde se puede ver esta trascendencia no ontológica que comienza en la corporeidad de los hombres. Desde el punto de vista del que escribe, vaya que hay hambre en México. Máxime en la clase marginal, la que está enterrada que diría Octavio Paz, la que no se ve, la que está pero no alcanzamos a distinguir.
Quizá no exista una ceguera, una sordera que permita escaparse a la voz de los afligidos y los necesitados. Voz que sería la verdadera ruptura del hechizo. Voz que provocaría otra secularización, la humildad del hambre. Una secularización del mundo mediante la privación del hambre, cuyo significado sería una trascendencia expresada no como primera causa, sino en la corporeidad del hambre.
Todo asombro es poco ante el sordo lenguaje del hambre. Estómago hambriento no tiene oídos, ni ojos, a todo equilibrio no sería más que el de la totalidad. El hambre es en sí la necesidad, la privación por excelencia que construye la materialidad.