México vive un cambio cultural. Desde 2018 se abrió un tiempo donde se expande una cultura que durante años había sido marginada; una cultura diversa y de larga historia, que integra formas de estar y de vivir, entender y significar la sociedad mexicana, con valores, prácticas y tradiciones que fueron duramente combatidas por una hegemonía cultural que dominó durante los tiempos neoliberales.
Los que corren son tiempos de una cultura democrática, solidaria y nacionalista, que reivindica lo popular y repudia el racismo, el clasismo y el machismo. Una cultura adversa a la meritocracia, el consumismo y el individualismo exacerbado y que favorece la vinculación comunitaria. Se pone por delante lo colectivo sobre lo individual, el interés público sobre lo privado. Es también una cultura que encuentra sus raíces en la historia del pueblo mexicano.
Este cambio cultural ha generado una especial molestia entre los sectores conservadores. Todos los días, en el debate público la oposición se muestra repulsiva y desesperada frente al nuevo sentido común. Sabe que en México la hegemonía cultural del neoliberalismo está en crisis. Su arma arrojadiza preferida ha sido acusar al gobierno de querer “adoctrinar” a la sociedad. En realidad, lo que se ha hecho es recuperar el papel pedagógico del Estado, expresando de forma abierta las concepciones culturales y éticas que guían el esfuerzo transformador.
Aunque el neoliberalismo vino de fuera, requirió traductores locales para adaptar el discurso. En México, desde los años ochenta nuevos actores asumieron la función de formular y promover nuevas narrativas de legitimación. Empresas de intelectuales neoliberales, de la mano de los medios de comunicación corporativos, asumieron la tarea cultural y pedagógica. Para contar la historia, para promover nuevas prácticas y valores que debían predominar estuvieron Clío y Nexos, Televisa y TV Azteca. Se empeñaron en enterrar la Revolución Mexicana, demonizar al Estado del bienestar y cualquier lucha por la transformación social. En contraparte, exaltaron el saber tecnocrático de los reformadores y su cultura empresarial, arremetieron contra la supremacía del Estado sobre el mercado y asociaron todas las libertades con la libertad de mercado. Mientras anunciaban una sociedad basada en la meritocracia y la competencia, buscaban en la historia nacional y en las prácticas culturales los lastres que dificultaban la adaptación de la sociedad al modelo neoliberal.
En días recientes, en voz de Héctor Aguilar Camín la vieja élite intelectual reclamó la falta de “apapacho” del gobierno hacia ellos, añorando la vieja política cultural que colmó de privilegios a intelectuales orgánicos. La estrategia de ataques, mentiras y difamaciones que orquestaron a través de los medios de comunicación ha fracasado porque una amplia mayoría en México, comprometida con la profundización de la transformación, no cree sus discursos ni le hace sentido su vieja racionalidad.
Política cultural con sentido social
En los pasados seis años se han trasformado las políticas culturales. La orientación fundamental ha sido el sentido social de estas políticas. Atender las necesidades de los más excluidos y convertir el impulso a la cultura en una de las principales herramientas de la transformación.
La diferencia es radical, pues al sustituir las políticas de privilegios para una élite intelectual y artística por el objetivo de garantizar los derechos culturales de todas y todos, no sólo se ha procurado un acceso más democrático a las diversas manifestaciones artísticas, sino que se ha reivindicado lo propio, renovando un orgullo por la producción cultural y artística del pueblo mexicano.
Son muchos los programas y las acciones de esta nueva política. Entre lo más destacado está la creación de cientos de espacios culturales comunitarios, como los Semilleros creativos en todo el país, los PILARES en Ciudad de México o las Utopías en Iztapalapa. Estos programas fortalecen la identidad y los vínculos sociales, promueven una cultura de paz, incentivan la creatividad y ofrecen trabajo a promotores y artistas de las propias localidades.
Otro cambio de la mayor importancia ha sido la defensa del patrimonio cultural. El fortalecimiento del Instituto Nacional de Antropología e Historia ha permitido un impresionante trabajo arqueológico, particularmente en el sureste, que está dando una nueva visión sobre la cultura maya.
El fomento a la lectura ha sido un programa central en el cambio de política cultural.
El Fondo de Cultura Económica se ha trasformado para acercar los libros a la gente, con nuevas colecciones populares y distribuyendo gratuitamente miles de libros, además de promover la creación de círculos de lectura en todo el país. La editorial del Estado dejó de ser un ofensivo ejemplo de la burocracia dorada para dar paso a una institución que trabaja a ras de piso.
Otra tarea de la nueva política cultural es la organización de una amplia programación artística gratuita, garantizando el acceso a las más diversas expresiones y promoviendo la creación de públicos para las distintas disciplinas. Destacan las actividades artísticas y los conciertos en las plazas públicas y en el Zócalo de Ciudad de México, haciendo habitual reunirse en la calle, dando espacio a la fiesta y el disfrute colectivo, contrastando con la exclusión que produce la industria del espectáculo.
Libertad de creación y expresión
Frente a la falsa narrativa del autoritarismo del gobierno, hay que destacar que se han garantizado las más amplias libertades de creación y expresión. Hoy no se veta ni censura a ningún creador crítico del gobierno, ni se comulga con la idea de que el Estado debe crear un arte oficial. Por el contrario, el mayor esfuerzo está en ofrecer condiciones adecuadas para la creación, invirtiendo especialmente en la enseñanza y sensibilización artística de sectores históricamente excluidos, lo que diversifica las manifestaciones artísticas y crea públicos para todas ellas.
La tarea educativa está en el centro del cambio cultural, ya que es el espacio fundamental en la producción y reproducción de valores, creencias, saberes y prácticas sociales. Además del aumento en la inversión para arreglar las escuelas, crear nuevas universidades y otorgar becas para millones de estudiantes, la SEP ha llevado a cabo una transformación pedagógica profunda, llamada Nueva Escuela Mexicana. Es un nuevo paradigma construido con la participación de miles de educadores. El objetivo fue abandonar la educación bancaria, memorística e individualista para dar paso a una educación activa, democrática y humanista, que valora la diversidad cultural.
Los tiempos neoliberales se caracterizaron por un esfuerzo conservador de reescritura de la historia, al describir las revoluciones y luchas sociales como piedras viejas de una arqueología que no explicaba nada sobre el siglo XXI. Con el fin de justificar las reformas neoliberales con una narrativa adecuada para la apertura económica y la disminución de las funciones del Estado, combatieron la historia del nacionalismo que reivindicaba la lucha por la soberanía y la de una revolución que concibió al Estado como instrumento para hacer realidad los reclamos de justicia.
El esfuerzo de divulgación de la historia de la presente administración ha sido mayor. Han vuelto a tener relevancia las conmemoraciones cívicas y se ha recuperado el derecho que tiene cada nueva generación a reconocer el pasado y dar un sentido histórico a su paso por la vida. La historia ha dejado de ser un tema de especialistas, haciéndose cada vez más presente en la vida pública de México.
La nueva política cultural tiene una orientación definida que le permitirá el próximo sexenio profundizar sus programas y crear nuevos, con la finalidad de hacer valer plenamente los derechos culturales, donde el reconocimiento a la diversidad cultural y la plena libertad creativa guían el apoyo a la creación de artistas y colectividades. Una política que también pone en el centro el libre acceso a los bienes y servicios culturales y a la educación y sensibilización artística.
Es en este despliegue cultural que se ha marcado la dirección en la lucha contra el racismo, el clasismo y el machismo. Es la batalla cultural más importante, aunque aún está lejos de ganarse. Ciertamente la lucha contra la discriminación ha marcado la historia insumisa de nuestro país, pero durante el período neoliberal el racismo, el clasismo y el machismo se agudizaron, por la sencilla razón de que la oligarquía procura naturalizar las estructuras de dominación. Por eso, aparatos ideológicos tan poderosos como los medios de comunicación corporativos siguen reproduciendo sin ruborizarse en sus pantallas el estereotipo ideal, blanco y cosmopolita. Blanquean una sociedad morena mientras ridiculizan al pobre, cosifican a la mujer y desprecian al indígena.
El gobierno ha llevado a cabo una de las políticas públicas más consistentes y decididas en relación a los pueblos indígenas y el esfuerzo por resarcir siglos de opresión y discriminación puede fortalecerse. Hay que recordar que los gobiernos neoliberales eliminaron el viejo indigenismo. Aquella política criticada de ser paternalista fue sustituida por una guerra silenciosa contra las comunidades indígenas para el despojo de sus territorios. No se pretende la integración en torno a una única cultura. Por el contrario, reivindica el gran valor cultural de los pueblos indígenas y la trascendencia de sus lenguas, usos y costumbres. El diálogo respetuoso con el movimiento indígena y el reconocimiento de la deuda histórica que el Estado tiene con estas comunidades ya ha fructificado en la realización de ceremonias de petición de perdón por agravios y la elaboración de diecisiete planes de justicia. El hito más sobresaliente ha sido el Plan de Justicia del Pueblo Yaqui.
En los últimos años, uno de los cambios culturales más importantes es el que ha llevado a cabo el movimiento feminista. Las mujeres se han organizado para exigir sus derechos, denunciar la violencia contra ellas y exigir justicia. Cuestionan las prácticas machistas en todos los ámbitos: en el trabajo, la política, la academia, el deporte, en la calle, en la casa, en la cama. Es un movimiento de tal profundidad cultural que está provocando un cambio sin precedentes en el lenguaje, para
nombrar la realidad que impugna y las nuevas relaciones que construye. También está creando permanentemente manifestaciones artísticas militantes, herramientas de lucha que dan voz e identidad al movimiento.
Adiós al individualismo
Una de las construcciones ideológicas más poderosas del neoliberalismo fue legitimar la desigualdad al tiempo que se agudizaba la concentración de la riqueza. Para eso se promovió la fantasía de la meritocracia y un exacerbado individualismo, no sólo para responsabilizar a los pobres de su propia condición sino para romper todo lazo colectivo y animar un nuevo sujeto individualista dispuesto a la competencia, precarización e informalidad laboral. Se pretendió borrar cualquier sentido de comunidad o pueblo. En la actualidad, una mayoría se identifica y participa en un movimiento que afirma que sólo el pueblo puede salvar al pueblo. Finalmente, el bienestar colectivo y la felicidad no se construye con la suma de logros individuales sino, por el contrario, es condición para que esos logros sean posibles.
Desde hace muchos años, la izquierda no sólo ha dado una batalla política, sino también cultural. Ya no es sostenible pensar que la tradición es peso muerto de la historia, que la diversidad cultural nos fragmenta como sociedad y nos separa del mundo globalizado o que procurar el bien común es una especie de consenso coercitivo. En estos tiempos de transformación, la sociedad se ha propuesto remontar una crisis que la ha obligado a replantear su propia identidad. Se construyen puentes con el pasado y se imaginan nuevos horizontes, para mover la rueda de la historia. México la ha echado a andar recreando su propia y diversa identidad cultural l