En un contexto de violencia masculina histórica, la TCC emerge como una opción efectiva para reducir conductas agresivas y promover una nueva cultura de resolución emocional.

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Muchos hombres de antaño, intentaba lidiar con sus problemas de pareja y estrés a su manera, buscando consuelo en una botella de tequila o en otras vanalidades. Sin embargo, este enfoque no solo no los ayudó a mejorar, sino que probablemente contribuyó a las tensiones constantes en sus vida. Si hubieran contado con las herramientas adecuadas, quizás los desenlaces hubieran sido diferentes. Hoy, las opciones de sanación son más diversas, y entre ellas destaca la terapia cognitivo-conductual (TCC), un enfoque que podría haber transformado no solo su vida personal, sino también las dinámicas de violencia de aquellos tiempos.
La TCC, conocida por su efectividad en el tratamiento de la depresión, ha sido cada vez más utilizada para prevenir y reducir la violencia, especialmente entre hombres. Este enfoque terapéutico trabaja con la premisa de que nuestros pensamientos influyen directamente en nuestras emociones y conductas. Al guiar a los participantes a reflexionar sobre sus pensamientos impulsivos, busca modificar los patrones de comportamiento violentos y promover nuevas formas de autorregulación emocional, manejo del estrés y habilidades interpersonales. Así, no solo se busca tratar la raíz del problema, sino también enseñar a los individuos a tomar decisiones más saludables en su vida cotidiana.
En México, la prevalencia de violencia masculina es alarmante. En 2023, el 87.6% de los homicidios fueron cometidos por hombres, y el 89% de los actos de violencia letales entre hombres son perpetrados por otros hombres, según el INEGI. Este patrón no solo se limita a los homicidios, sino que también se extiende a otros delitos graves, como el robo o el secuestro. Además, los hombres representan la gran mayoría de las víctimas de suicidio en el país, lo que resalta la urgente necesidad de intervenciones de salud mental en este sector.
La TCC se ha mostrado como una herramienta prometedora para abordar estos problemas. Un metanálisis de 58 intervenciones de TCC ha demostrado que este enfoque puede reducir la reincidencia en comportamientos violentos en un 25%. Proyectos como los de Chicago y Liberia han documentado no solo su efectividad, sino también su bajo costo en comparación con los beneficios obtenidos, con un costo de aproximadamente 50 pesos mexicanos por delito evitado.
En México, diversos programas ya están implementando la TCC o elementos de ella para tratar la violencia masculina. El programa «Alto al Fuego» de la Secretaría de Seguridad de la Ciudad de México incorpora la TCC en talleres como “Fénix” y “Sanar”, mientras que en Sinaloa, la organización Mujeres de Paz aplica este enfoque en su programa “Reconstruyéndome” con agresores de violencia familiar. Otros proyectos, como MEJORESHombres y Reinserta, también están utilizando para tratar a hombres privados de libertad o víctimas de violencia, ofreciendo círculos de reflexión y apoyo psicológico.
Aunque estos programas son prometedores, enfrentan varios desafíos. Los costos asociados con la implementación y la complejidad de replicar estos modelos a gran escala son algunos de los obstáculos más significativos. Además, la evaluación de la efectividad de estos programas es un campo en constante desarrollo y, a veces, se enfrenta a críticas sobre su fidelidad y resultados medibles. No obstante, la evidencia acumulada hasta ahora sugiere que la TCC, al abordar de manera directa las conductas agresivas de los hombres, representa una inversión valiosa para la sociedad.
A pesar de sus limitaciones, debe ser explorada más a fondo. Con el avance de la inteligencia artificial y la tecnología, se podrían encontrar maneras de hacerla más accesible y menos costosa, ampliando su impacto en la prevención de la violencia. La clave para reducir la violencia está en transformar las mentes y corazones, y este parece ofrece un camino prometedor para lograrlo.