La Fondation Louis Vuitton de París dedica una retrospectiva al pintor estadounidense (nacido en Letonia en 1903), una figura imprescindible del arte contemporáneo que convirtió su obra en un espacio de reflexión y simplicidad
“Me hice pintor porque quería elevar la pintura al mismo nivel de intensidad que la música y la poesía”, decía Mark Rothko (1903-1970). Cuando acuñó aquella frase desconocía que se iba a convertir en uno de los artistas más cotizados de la historia. No en vano, su Violeta, verde y rojo se vendió por 203 millones de dólares en una subasta privada en el año 2014, convirtiéndose en el sexto cuadro más caro de todos los tiempos.
La Fondation Louis Vuitton de París le dedica una retrospectiva con una de las exposiciones más ambiciosas de la temporada y la primera en Francia enfocada en el artista estadounidense desde la del Musée d’Art Moderne de la Ville de Parisen1999: una recopilación de 115 obras procedentes de importantes colecciones institucionales, como la National Gallery of Art de Washington, la Tate de Londres y la Phillips Collection de Washington, así como de colecciones privadas internacionales, entre ellas la de la familia del artista. El espacio cultural que lleva el sello de Frank Gehry exhibe, hasta el 2 de abril de 2024, esta muestra comisariada por Suzanne Pagé y Christopher Rothko.
Rothko nació en 1903 en Daugavpils (Dvinsk cuando formaba parte del Imperio Ruso), actual Letonia, pero cuando tenía 10 años se mudó a Portland, Estados Unidos, con su familia. Estudió en la Universidad de Yale y en 1923 se instaló en Nueva York, la ciudad que erigió al mito. La muestra recorre sus primeros lienzos, más figurativos, hasta llegar a la era abstracta que terminó por definir su idiosincrasia como pintor. La exposición comienza con las figuras fantasmagóricas de sus inicios, cuando Rothko intentó enfocarse en la representación humana y la arquitectura que le conmovía en la Gran Manzana.
La primera sala ahonda en la fascinación del artista por las escenas intimistas y los paisajes urbanos, principalmente, las escenas underground neoyorquinas que retrataban el frenesí de los pasajeros que empleaban el transporte público. El esqueleto material del metro y de sus estaciones fue uno de los primeros focos de Rothko, que poco a poco fue derivando en la abstracción porque, consideraba, era incapaz de pintar una figura humana sin “mutilar” su realidad y apariencia.
Rumbo a las ‘multiformas’
“Sólo me interesa expresar las emociones humanas básicas”, decía Rothko, que a partir de 1946 da un giro decisivo hacia la abstracción con los Multiforms (Multiformes): masas de color que tendían a equilibrarse entre sí. Paulatinamente, el pintor iría reduciendo las formas y los tonos para adoptar la simplicidad cromática y espacial de las obras que le otorgaron mayor notoriedad. La sensualidad y la evocación de los sentidos entra en juego.
Sus “multiformas” se tradujeron en sus obras “clásicas”: formas rectangulares superpuestas en ritmos binarios y terciarios con colores que oscilaban entre los amarillos, ocres, naranjas, azules, negros o blancos. Es a través de dichas pinturas cuando el estadounidense hace intervenir al espectador en su lienzo. Cuanto más se mira un Rothko, más tonalidades aparecen, abrazando una profundidad que, en primera instancia, pasa desapercibida.
La exposición de la Fondation Louis Vuitton es un recorrido por la siempre cuestionada obra de un Rothko que se negó a ser considerado como un simple “colorista”, más bien un artista que estaba en constante diálogo con una audiencia que deja de ser pasiva para introducirse en sus piscinas cromáticas y emocionales.