Durante las últimas semanas hemos realizado una serie de esfuerzos muy intensos por escuchar a diversos sectores de la sociedad sobre las fallas de nuestro sistema de justicia. Escuchamos primero los testimonios de las víctimas de la violencia: relatos potentes y desgarradores de quienes han sufrido las atrocidades de un sistema fracturado, injusto y cruel. Dialogamos después con un grupo plural de especialistas sobre las fortalezas y debilidades de nuestros poderes judiciales, tanto federal como locales.
El pasado 24 de enero sostuvimos el tercer foro público abierto con el tema: “Mujeres y Justicia” en la ciudad de Oaxaca. Escuchamos a juezas, legisladoras, activistas, defensoras de derechos humanos, psicoterapeutas, politólogas, historiadoras, sociólogas, novelistas, titulares de entidades gubernamentales, líderes de movimientos feministas, madres de familia y profesoras universitarias. Cada una de ellas aportó una perspectiva invaluable sobre las fracturas del aparato de (in)justicia que todos los días oprime, violenta y discrimina a las mujeres de este país.
Por un lado, el retrato que emerge de escucharlas es desolador.
Desde que nacen, las niñas y mujeres se enfrentan a un mundo desigual, repleto de barreras estructurales que les impiden avanzar y realizarse con la misma facilidad con la que pueden hacerlo los hombres. El acoso y la discriminación empiezan en los hogares y se propagan a todos los espacios. Diariamente las mujeres son agredidas, humilladas o invisibilizadas en la escuela, la calle y el trabajo. Diariamente viven microviolencias y machismos de todas las intensidades, que se invisibilizan mediante una cultura misógina que pretende normalizar lo que resulta oprobioso. En última instancia, esa cultura es el caldo de cultivo perfecto para la violencia de género que arranca vidas, tortura cuerpos y destruye familias; el combustible de la trata, la explotación sexual y los feminicidios.
En esa lógica patriarcal, la justicia no juega un papel neutral. Por muchos años las instituciones de justicia han cerrado las puertas a las mujeres. Lejos de ofrecer verdad, han sido un engrane más de un esquema opresivo que les niega sus derechos. Lejos de encontrar reparación, las mujeres se enfrentan a funcionarios que optan por descalificar, humillar, amenazar y castigar; que en lugar de investigar y sancionar a los responsables revictimizan a quienes se atreven a levantar la voz. Un sistema que además de ineficaz resulta discriminatorio, colonial y patriarcal.
Al mismo tiempo, escuchar a estas mujeres es un golpe de esperanza. Muchas de ellas han enfrentado con arrojo y determinación las injusticias, la violencia y la marginación de ese sistema. Han dedicado su trayectoria y su empeño a apoyar a otras mujeres y construir un mundo distinto. Han puesto en riesgo su vida para conquistar un piso parejo y sin violencia. Y todas ellas están abriendo brecha en el hogar, la industria, la academia, las instituciones, la política, la economía, el activismo social y las comunidades indígenas. A cada una de ellas les agradezco su valentía, compromiso y esperanza.
Tenemos, sin lugar a duda, una deuda histórica con las niñas y mujeres de este país. Les debemos el reconocimiento pleno de sus derechos humanos, las mismas oportunidades profesionales, los mismos espacios de decisión política.
Les debemos —como lo dejaron claro quienes alzaron la voz en el foro— un sistema de justicia igualitario, con perspectiva de género y antipunitivista; con alternativas reales de conciliación, reparación, paz y verdad. Un sistema que las reciba con las puertas abiertas y las escuche con atención, al que puedan acudir sin miedo y con la confianza de que van a obtener una respuesta.
Contamos, por fortuna, con todas ellas para construirlo. Con su fuerza, su voz, su lucha y experiencia. Ellas serán las protagonistas de este cambio. No olvidemos que los logros alcanzados en materia de igualdad de género hasta ahora son mérito suyo. Un logro indiscutible de quienes llevan décadas gritando para tirar este sistema despreciable que por muchos años les ha negado sus derechos y violado su libertad.
Por todo ello, las aportaciones de las mujeres en su diversidad serán fundamentales para construir una justicia con un rostro distinto.
Lo he dicho antes y lo reitero: sin mujeres no puede haber justicia. Es el tiempo de escucharlas, de abrazar sus causas y de acompañar su lucha implacable por un país con igualdad, dignidad y justicia social. Ellas son las que están y seguirán transformando al país.